martes, 2 de octubre de 2007

Cuento de una suerte más blanca que negra....

Él caminaba cabizbajo, renegando de la negra estrella sobre su cabeza, de su soledad quejumbrosa, de su nostalgia a algo que no fue, sino sólo en su imaginación, sus sueños, sus más recónditos deseos. Vivía lleno de miedos, de esa constante superstición de los que sólo les queda creer en lo que no es suyo: el destino, la suerte, condenas pagadas en años de infortunio, que la sal, que el espejo aquí… Creencias nacidas del temor de los que no tienen más que creer en que la vida es una condena, no una oportunidad. Ella iba en el sentido opuesto, cruzando la esquina dos calles céntricas muy transitadas, preocupada solamente de atender y mimar a un tierno y querendón cachorro de gato, negro como el azabache. Pretendía que fuera su única compañía después de tanto desamor, tanto infortunio, como si el amor solo fuera condena, duelo; que su superstición estaba en entregarse al otro, en ser….simplemente ser. Sin darse cuenta, ambos complejos de dudas y temores andantes chocan uno con otro…el gatito se cae, casi de pie, su sentido le resulto, pero claro, sus patitas aun no podían con tal caída. Ambos, perplejos, recién despiertos del trance que los mantenía fuera de este mundo, sólo aciertan a recoger al minino…de pronto, entre las calles, los complejos y el gato que se recupera de su caída libre, dos almas se encuentran…Adiós complejos, existencias mediocres…Sólo los ojos, las almas hablando, gritando y celebrando un encuentro que podría, sí, podría ser por siempre. Pero no, el tiempo, el conformismo de la auto-condena, del exilio al no-ser apremian mas que cualquier cosa; ambos se disculpan, se levantan, y siguen por su camino, ninguno indiferente en el otro, pensando en ese momento de ensueño, más significativo, más duradero que toda una vida de “mala suerte” en infortunios, de penas y congojas. Ella acariciaba a su gatito, lo consolaba, y lo consolaba a él a la distancia, por sus ojos tristes, por que tal vez no es la única, no esta sola, que la vida puede dar más oportunidades de ser; sí, de ser, de una vez por todas….Él iba subyugado, transportado a otro mundo, ya no solo, sino con esos ojos verdes que lo cautivaron, ese rostro, ese pelo liso como hilos dorados, ese gatito… ¡¿Negro?!...Demasiado tarde, el pobre, en medio de a calle, abstraído del tiempo y del espacio, y con un auto que pese al bocinazo, lo azota como el peso de todas las condenas que pidió, que busco. Ruidos, gente que se aglomera, las masa que responde al sufrimiento ajeno con el morbo y el voyeurismo, el tránsito que se interrumpe, los rumores le llegan a la ensimismada chica, la que reacciona con un dejo lúgubre, un presentimiento que la abruma; se abre paso, entre codazos…..lo que temía…pobrecito, pensaba, tendido, ensangrentado. Al llegar los paramédicos, la chica desesperada pregunta a qué hospital lo llevan: “Al hospital El Salvador, señorita”.

El pobre pasó la tarde entera entre la vida y la muerte, pero ya al caer la noche se estabilizó. Al otro día la chica lo visita, algo temeroso, como siempre, pero con un sentimiento de culpa, entre la superstición, entre querer verlo, entre saber que entre no verlo más pese a estar vivo o muerto, poco importaba. Él , asombrado de tal visita, luego de los lloriqueos de la chica, de su temor, de las disculpas y el gato negro, atina a decir: “ sí, puede ser superstición, puede ser tal vez superstición, pero mala suerte no, nunca mala suerte”. La mujer calla, su pena es cambiada por una ansiedad poco común, mientras que él prosigue: “Mala suerte no ha sido, puedo decirlo con propiedad; te he conocido, has venido aquí a verme; ¿sino fuera por el gato negro, por esa superstición, te habría vuelto a ver?”….la chica calló. Al otro día lo volvió a visitar, y luego al siguiente, sagradamente hasta el esperado dia del alta. Ese día ambos salieron con una mueca nueva en la cara, una sonrisa del alma, un antifaz de una renovada felicidad, que se contagiaba incluso a un gato negro algo más grande y juguetón que renegaba de estar entre los brazos de la chica.

Han pasado ya 7 años, muchas pasajes y experiencias conjuntas en la vida de ambos, que llevan algo asi como 7 años casados y una nutrida camada de 7 revoltosos niños que cuidar, querer y mimar…más un gato negro más viejo y menos juguetón, el cual, es fiel reflejo de una suerte que quizás no es como la conocemos, por que detrás de una condena puede haber una liberación, detrás de nuestras vidas hay un cuento por escribir…todos somos protagonistas, todos estamos invitados, sólo tenemos que creer en que la vida no esta escrita, no hay condenas eternas, sólo infinitas oportunidades, sólo de verlas, están a la vuelta de la esquina….